Ezequiel estaba en la parada del 182 como habían quedado. Ella sabía que hoy era el partido. Lo habían hablado esa misma mañana. Hasta le había dicho "yo te compro las cervezas en el super que sale más barato y te las llevo". Y después el dato concreto: esperame en la parada del 182 a las y diez. No vas a tardar en salir? Ni en pedo. A las en punto se puede caer el cielo que yo cierro y estoy.
El cielo no se había caído. Y aunque lo hubiese hecho Rosa no estaba ahí. Es cierto que no eran todavía las y diez. Faltaban dos minutos. Y a dos minutos de distancia caminando, no se la veía. Es decir que cada segundo que pasaba, hasta que apareciese, se tornaba en un segundo de retraso a partir de este momento.
El 182 no es la peor linea de colectivos que hay. Pero tampoco es el 132. No exageremos. Y pasaba uno, y otro y otro. Ezequiel no quería llamarla porque si estaba cerrando iba a detenerse para hablar y Rosa iba a empezar a decirle cosas que en dos minutos podría decirle arriba del colectivo. Y para qué? Además no la quería poner nerviosa. El estaba seguro que ella entendía la importancia del partido. Un mundial es un mundial. Y Holanda-Brasil es un partido que no se puede perder nadie. Si hasta Croacia-Camerún habían visto enterito los dos. Era obvio que había que estar a tiempo. Y no iba a llegar.
Miró el reloj electrónico de la vidriera de la farmacity: y catorce. Se desesperó y dijo qué?! Sacó su celular para constatar que la alarma no era tal. El reloj de la farmacia adelantaba. Eran y diez. Igual era tarde ya. No se la veía a Rosa.
Suena el celular. Es Maro. No quiere atender por si llama Rosa para decirle que vaya tranquilo, que ella va después. En concreto, no había razón para esperarla. Podía tomarse el bondi que sigue o el otro o el otro y llegar cuando quiera. Que los dos se perdiesen el comienzo del partido era una ridiculez. Maro manda un mensajito: llegué, abrime. La puta madre. Pensó en irse corriendo al negocio de Rosa, a traerla de los pelos. Maro mensajea de nuevo. Abrime, pelotudo. Ezequiel levanta temperatura. Se mueve en el lugar y no sabe qué hacer. No se decide. Hay un 182 parado con la puerta abierta. Baja una señora con dificultad. Le acerca la mano y la ayuda. Se disrtrae un segundo y se olvida de su fastidio. El colectivo se va y revela nuevamente la vidriera de Farmacity que ahora dice y veinte.
Ezequiel grita ¡no son y veinte todavia la putisima madre que te parió! y tira su celular contra el vidrio de la farmacia, rajándolo. El teléfono se abrió en dos pedazos justo en el momento en que llegaba un mensajito de Rosa: me golpeé la rodilla, podés venir al negocio?
1 comentario:
La literatura anticelularística hace su aparición. Adhiero absolutamente.
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