domingo, 7 de septiembre de 2014

Los Insultos

Una vez, hace bastante, en una película, creo, una madre le explicaba a su hijo que cuando alguien insulta, en realidad se está insultando a sí mismo. Y que lo que busca, al no poder evitar insultar, es que lo insultes vos a él, y así lograr que vos también te ensucies.

En su momento lo entendí. Pero al tiempo me olvidé(?) y no entendí por qué insultar te ensucia. Más allá de la obvia metáfora educativa blah blah que está mal decirle al otro conchudo etc etc. Me refiero a que en su momento me pareció realmente un mensaje correcto, casi científico, y al tiempo me pareció una boludez a lo Ghandi.

Hoy volví a entenderlo y por eso vengo a escribirlo. Para no olvidarmelo más. Porque es importante.

Fiel a mi costumbre, voy a ejemplificar con otra cosa.

¿Viste en las películas cuando alguien se pone tan nervioso que tira a la mierda todo lo que hay sobre su escritorio? ¿Quién te pensás que tiene que ordenar ese kilombo después? O cuando revoleás algo por el aire. Lo mismo. Sos vos mismo el que te generás el kilombo, porque no podés contenerte y TENES que tirar todo a la mierda. Después... bueno, después, cuando te calmes, vas a juntar coraje y arreglar el bardo que hiciste.

Insultar es así también. El kilombo te lo generás vos mismo. Insultás a alguien cuando no podés controlarte, cuando la ira te sale por las orejas y la presión hace que estalles. La diferencia en este caso es que del otro lado está parada una persona y no una mesa. Y esa persona no va a dejar tan fácilmente que vengas a hacer orden así nomás, pases un escobillón y aquí no ha pasado nada. Esa persona tiene sentimientos, memoria. Y probablemente no se recupere nunca. Ese insulto dejó una herida abierta que en el mejor de los casos se convertirá en una dolorosa cicatriz que al pasar los dedos por encima, todavía duela a pesar del paso de los años.

La persona que insulta, al no poder contener su furia (esto, en el mejor de los casos, digamos, si es que se trata de un pico de bronca, porque si es una opinión verdadera que tiene de la otra persona y realmente piensa que el otro es un psicópata y un enfermo, estamos hablando de otra cosa, mucho más irremediable) se desahoga, putea, ofende, lastima, y no se puede dar cuenta en ese momento, de lo que realmente está haciendo. Está quemando un puente. En ese momento siente que odia tanto a esa otra persona que no le importa decirle la más tremenda de las ofensas verbales posibles ("ojalá te mueras de un cáncer lento y doloroso, vos y toda tu familia" podría ser un buen ejemplo, pero con "psicópata y enfermo" también nos arreglamos) porque está convencido que no le va a querer hablar nunca más en la vida.

El problema es que la espuma baja, el gas y la efervescencia se disipan y cuando vuelve la calma al cerebro, el que insulta se encuentra con un escritorio vacío, y todas las cosas en el piso: 456 clips, la agujereadora, unas carpetas con un trabajo para entregar manchado con el café de la taza, que, rota, descansa unos centímetros más allá, sobre el manojo de lapiceras que volaron del portalápices, que fue a dar contra la pantalla LCD de la computadora, rota, que deja ver por fin, qué carajo hay adentro de esas modernas pantallas chatas.
El kilombo es supremo. Y el orgullo (¡por si faltaba algo!) no deja que la persona quiera ordenar nada Quiere sentir que no se arrepiente de nada y dice "¡no pienso ordenar una mierda!"

Claro que en el ejemplo del escritorio, su jefe o su mamá lo van a cagar a pedos y masticando ese orgullo va a ordenar todo. Pero... ¿qué hacemos con el enfermo y psicópata? Mientras la furia baja en el insultante, porque liberó su cabeza de termo en ebullición, el insultado libera amarras de esa persona y aumenta su enojo, su dolor, y hasta su tristeza. Porque algo se rompió y ve con pasividad y decepción, que la reparación es imposible. Al menos en ese momento, lo ve de esa manera.

Entonces el que insultó tiene ese enorme trabajo de reconstrucción. Esa es la razón por la que esa mamá le explicaba a ese chico que se insulta a sí mismo. Se perjudica a sí mismo.
Y el insultado tiene dos caminos: responder con un insulto o no.
Insultar (que es lo que busca el insultador, como decía la mamá en la película, arrastrarlo)  y tener luego él también kilombo para reconstruir, bueno... ya sabemos a lo que se expone porque lo venimos escribiendo desde el principio del post. La segunda opción, la de retraerse dentro de su caparazón como una tortuga y llorar un poco, es un poco dolorosa y también es un laburito. Es lamentarse por el puente quemado y por lo que ya nunca más va a volver a ser lo que era. Pero al cabo del laburito de aceptación de lo ocurrido esa persona saldrá adelante a buscar nuevos amigos. Y lo mejor: no tendrá nada de qué arrepentirse.


No hay comentarios.: