La maravilla inicial de no tener que rebobinar, de poder saltar temas con un click, ¡y con control remoto! La locura de poder escuchar un disco con las canciones desordenadas, la lujuria de tener una bandeja de 5 CDs y armarme un faquin playlist con mis 5 discos favoritos como si fuese la radio perfecta.
La felicidad de no dudar nunca más si la cinta está patinando y de tener que ir a cambiar a la desquería y discutir con el disquero porque su reproductor era nuevo y pulenta y el mío siempre pedía la hora. El CD siempre sonaba igual, no se distorsionaba, no se gastaba. Eso sí, no se lo podía grabar encima si uno se cansaba de escucharlo. Tampoco se podía grabar de la radio esperando horas con el dedo sobre el play-record. Traían las letras de las canciones, fotitos, detalles. Ocupaban poco espacio, eran flaquitos.
Y uno los podía comprar y vender con más tranquilidad. Porque es digital, decíamos, y no importa si lo habían escuchado mil veces. El CD era forever! Entonces, aquel primer CD que compré, Exile on Main Street, que por la novedad de escuchar CDs en el Fisher, lo gasté de verdad, fui un día, cansado de escuchar rocks off, y cometí el sacrilegio de venderlo en el Parque Rivadavia. Lo vendí para poder comprarme otro. Andá a saber si no fue alguno de Lenny Kravitz, qué se yo... Y años después corregí ese error y lo volví a comprar. Ya nunca más nos separamos. No fue la misma suerte que corrió Keith Richards and the X-Pensive Winos, que nunca más lo volví a tener original.
Patear las calles para buscar qué disquería tenía ese disco que buscába. Ir a corrientes, al paseo la plaza, al parque todos los domingos. Finalmente encontrarlo carísimo en Liberarte y pagarlo casi con placer, orgulloso de tener un CD importado difícil de conseguir.
Ese CD de la peli Underground de Kusturica que lo pagué 28 cuando todos salían 18, que cuando me vine a Israel fue el único que traje en mi bolso de mano por miedo a perderlo. Esos dos de Aerosmith que se rompieron en ese viaje de avión porque un carrito del aeropuerto pisó mi bolso y los hizo mierda. Y con lo que me pagaron fui ¡y los volví a comprar! Y me acuerdo del viaje a Argentina en el que después de años logré conseguir aquel disco de Oranj Symphonette con el tema Charade.
Todo eso, esas aventuras, esa locura digital, quedaron archivada definitivamente, luego de resistirme un par de años.
Eso sí... mientras les paso el último trapito y los guardo, veo desfilar (a diferencia de las carpetas de mp3 que tienen "de todo") uno tras otro discos de colección. Uno no se compraba cualquier cosa. Ese ritual de los chicos de X-28 de cobrar el 1ro de mes e ir al mediodía al Musimundo del shopping de Liniers y tener que tomar la decisión de Sofía de elegir entre Genesis y su Selling England y Purple con Stormbringer. ¡Qué injusticia, se decida lo que se decida! Por eso lo que uno tiene en CD no tiene relleno. Es todo importante. Uno tras otro: Stones, Prince, The Cult, Dio, Rainbow, Los Visitantes, Peligrosos Gorriones. Sí, algunas rarezas también, encontradas en el parque, como Heavy Tango de Nacha. También algunos que casi no entendés hoy en día como ese greatest hits de los Beach Boys. Aunque... God Only knows garpa el disco y por eso sobrevivió.
Y bueno che... como dice Vox Dei, todo tiene un final. Ya hace rato que no ponía ningún CD. Ya el player había dejado de andar y lo reemplacé por un cosito con USB para ver pelis. La compu es una laptop sin CD player. El reloj empuja y empuja.
Un buen día apareció el detonante: un piano eléctrico en casa. No es algo chiquito y hay que encontrarle lugar. Entonces, como cuando venía Cremona a tomar lección y uno trataba de hacerse invisible para que no lo llamen a hablar sobre la revolución industrial, ví como las 3 columnas de CD sobrevivientes se hacían las tontas y miraban para otro lado. Yo quise hacerme el tonto también y miré la mesa del comedor. Pensé que podía ser divertido comer en el piso como los ponjas, pero no. Basta. Hay que saber asumir la realidad. Volví a mirar las columnas y dije: muchachos, gracias por todo. Miles y miles de historias para contar. Todo será atesorado en mi memoria. Como esa vez que compre Once in a Lifetime de los Talking Heads y vino fallado en Psico Killer y saltaba como si fuese una púa en el minuto 2:34. El de la disquería pensaba que yo estaba loco. Pero no. Agarró otro y también: fallado. Había dado con una serie mal hecha. Lo imposible era realidad.
Ahí están. Mientras escribo este obituario, los CDs me miran tras su jaula de cristal en el rincón del museo que armé acá al costado, junto con el discman, la palm pilot, el grabador y la VHS; la Repman, los cassettes y los vinilos. Se los ve un poco tristes pero ellos saben muy bien la gran responsabilidad y protagonismo que tuvieron en mi vida entre los 21 y los 44. Me hicieron persona a nivel musical. Ahí están, en mis oídos para siempre. Y acá, en estas lineas sentimentaloides, con la nostalgia que se merecen, a partir de hoy.
Gracias.
3 comentarios:
Esto demuestra que serás un escritor, un poeta tal vez, pero no sos un romántico. Yo sigo comprando CDs y con orgullo! Compro los digipaks, las ediciones especiales, las cajas de lata...es más, en los proximos meses me compraré un mueble aun más grande para seguir albergando más CDs. Los pongo una sola vez: el dia que los ripeo. Después los pongo en display, como se merecen.
Sacrílego!
veni que te doy un beso y vas a ver si soy romántico.
hacete una repisa aerea y ponelos ahi... los CDs son como la pelota.. no se manchan
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