Se pasaba el día asintiendo con la cabeza a los "buenos días" que le impartían los visitantes del enorme -casi interminable- edificio de oficinas. Solamente tenía que estar parado en la puerta a modo de vigilancia intimidatoria a cualquier ladrón que quisiese tomar el edificio por asalto. Como única arma defensiva tenía un bastón de policía. No es gran cosa frente a una pistola eventual. Ni siquiera lo es frente a una navaja. El bastón estaba nuevo. Jamás había golpeado a nadie con él. Tampoco estaba deseoso de debutar.
" ...'nos días...", "hola, buen día..." y frases similares. El aburrimiento lo obligaba a crear divertimentos. La estadística fue el primero. Las conclusiones eran que tres de cada cuatro mujeres lo saludaban y solo uno de cada tres hombres. Por cortesía, respondía el cien por ciento de los saludos; por discreción jamás tomaba la iniciativa de saludar a quien lo ignoraba. No se ofendía.
Cuando el aburrimiento fue fatal, empezó a subir la apuesta de su propio riesgo. Decidió que ante cada buen día recibido, y viendo que cuatro de cada cinco -sin distinción de sexo- no le prestaban atención a su contestación, soltaría una respuesta aleatoria que nada tuviese que ver con el saludo. Vería de esa manera si la gente lo escuchaba verdaderamente.
- Buen día...
- Maceta...
Nada. Siguió de largo.
- Holaquetal...
- Cuerda, la floja.
Como si nada.
Sólo un jóven de casco en mano, con cara de mensajero en ciclomotor:
- Buenas...
- Sigiloso...
- ¿Quién sigiloso? ¿Yo? ¿Qué pensás, que estoy escondiendo algo, acaso?
- Ahora sí lo pienso.
Todos los caminos finalmente conducen a un pequeño descubrimiento.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario