Ramiro llega tarde de un recital. Cansado. Transpirado. Con hambre.
La heladera no dice nada. El freezer apenas susurra (su-su-surra, como el de Phil Collins).
Saca dos rodajas de pan lactal tiesas de frío. Las va a poner al tostador, ese que expele las tostadas por el aire cuando termina. Se encuentra con la dificultad de rodajas que han sido congeladas cuando su cuerpo migoso estaba ondulado, y así quedaron duritas. La ranura del tostador no deja entrar con facilidad al pan rebelde. Ramiro tiene hambre y empuja. La mete finalmente.
Pasan 30 segundos. Medio minutos fatal en el que los alambrecitos al rojo vivo que calientan el pan, empujados por los bordes rebeldes del pan lactal se ponen en cortocircuito con el chasis del pequeño electrodoméstico. La electricidad forma lineas espesas de electrones mortíferos esperando que la mano de Ramiro se pose sobre el aparato para descargar su potencia letal de 220 voltios.
La mano de Ramiro, ahmbriento e impaciente se acerca sin pausa. De pronto el disyuntor detecta la fuga y salta.
Ramiro y toda su casa quedan a oscuras. La Parca maldice y aprovecha la oscuridad para escapar silenciosamente por debajo de la puerta de salida, justo cuando Ramiro vuelve a dar luz sobre una cena que se demora, pero que se saboreará doblemente.
2 comentarios:
Que yo diga lo que voy a decir encarna todo lo que no querés que pase de este lado (lector),
pero como me reí!
¡Ja, ja!, me encantó la heladera que "Su-su-surra" como Phil Collins, Jaja.
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