Al pelado cordera lo vi varias veces en vivo en los finales de los 90. Es más, recuerdo que fue mi último recital en argentina antes de irme del país, en el Parque Centenario (sí, sí) un día antes de partir.
También recuerdo en el Viejo Correo, que me quedé bailando cuando terminó el recital y cuando ya no quedaba nadie, se lo llevaron al pelado arrastrándolo como si fuese un cadáver. Tristísimo. Tenía falopa hasta en el orto.
Sabemos que cada uno hace de su culo un pito y ya estamos grandes para creer que los rockeros que hacen propagandas en contra de la droga y que tocan en festivales pro-vida sana en realidad se queman la cabeza como Cerati en los 80.
Pero de ahí a hacer una apología tan grosera de la droga por parte de un músico que arrastra con seguridad a cientos o miles de pendejos que van a hacer cualquier pelotudez que él diga, hay una diferencia.
Si hasta uno que es un ser normal siente cierta tentación cuando escucha las maravillas(?) que cuenta sobre la oscuridad que conoció con la cocaína, imaginate un pendejo de 18 años que le ofrecen en un boliche.
Y lo peor: el diario que lo publica como si fuese una nota sobre caramelos sugus.
Decadencia. Eso es.
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