martes, 13 de agosto de 2013

No todo lo que es de celuloide es cine

Recuerdo un viejo chiste en el que dos ratitas están conversando en el depósito del insituto cinematográfico argentino(?) y una de las dos le dice a la otra "¿viste Papillón?" y la otra contesta: "me gustó más el libro".

Es muy -pero muy!- común que una película venga de un libro. O dicho de otra forma, es casi irresistible para jolibud ver que un libro tiene éxito y no querer hacerlo película. Si pasó con el libro de la Petrona y con Mafalda, creo que lo único que falta es el libro de Actas de las sesiones del congreso.

Ayer me comí vi una película llamada On the Road. Antes que nada te quiero avisar que si la vas a ver por Steve Buscemi o Viggo Mortensen, vas muerto porque apartecen 2 minutos cada uno.

La película es larga. Y pasar... no pasa mucho. La trama no es lo importante. Son 4 años autobiográficos del escritor de la novela que dio origen a la película (Jack Kerouac) en sus periplos por los Estados Unidos.

Si uno se queda masticando insipidad(?), busca en inet el por qué de esta película y lo encuentra en el hecho de que la novela es un ícono de la generación beat. En IMDB encontrás que todos los personajes de la película con nombres cambiados fueron en la vida real personajes como Allen Ginsberg, William Borroughs, etc. Estamos hablando de los años 50.

Viendo la película te podés imaginar el libro que escribió Kerouac. Podés darte una idea de la vida que se llevaba en esa época y así como hoy están los "fierita", podés dibujar en tu mente como eran los jóvenes de esa época y cuales eran sus intereses y formas de vida. Pero a diferencia de un libro, que juega, de acuerdo a la habilidad del escritor, a dibujar en tu mente los personajes, las "escenas" y las situaciones, obligándote a ejercitar esa cosa maravillosa que tenemos en la cabecita llamada imaginación, en este caso la película carece de sentido. Te muestra todo. Pero no dice nada. Es una sucesión de imagenes bellas, sí, bien filmadas, sí, con un esfuerzo de producción que se molestó en conseguir decenas de autos y colectivos antiguos, sí, pero todo eso no sustentan los 137 minutos de película.
Al revés: logra hacerme pensar que el libro debe estar genial. Es como Bukowski: hay cosas que sirven cuando uno las lee, pero si se muestran, pierden su esencia, que es el trabajo mental. Es como la minifalda: si una mujer se la saca, ya no hay misterio y queda una bikini común y corriente. No hay más imaginación. La vida misma. Y a no ser que seas Napoleón, no siempre justifica una película.


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