viernes, 27 de junio de 2014

TEC - 3

Jackie era la la generación de transición. Todavía recordaba claramente cuando en la casa había un teléfono solo, en el comedor. Luego, merced a que su hermano estudiaba en el industrial, tuvieron el famoso alargue, que permitía llevar el aparato hasta alguna de las piezas y encerrarse a hablar. Eso era la gloria. Nadie escuchaba ni veía lo que uno hacía cuando hablaba horas por teléfono. No veía los gestos de "apurate" o "cortala" que los demás integrantes dela familia le hacían para que largase el bendito aparato.
Más tarde vino el segundo aparato. Peligroso. Había uno en su pieza y el de siempre en el comedor. Y si uno levantaba para llamar y en el otro aparato estaban hablando, se podían escuchar algunas palabras. Su hermano menor mcuhas veces intentaba colarse en las conversaciones de Jackie sin éxito. La casa siempre era un constante bullicio, entre la televisión encendida todo el tiempo, la madre impartiendo instrucciones por doquier, y alguno de los otros tres hermanos haciendo de las suyas con algún amigo, que siempre había, estadísticamente, en todo momento dado del día.
Con el teléfono inalámbrico llegó la libertad, sin cables ni nada, de moverse. Y luego llegó internet y el modem ocupaba la linea. Un desastre. La lucha diaria por querer hablar o navegar. Y era un clásico que al terminar de hablar con alguien, que sugería una página o un mail para chequear, uno quisiese usar internet. Las protestas subían de tono.
Y cuando todo parecía que no podía empeorar, un buen día aparecieron los celulares. Terminaba saliendo más barato pedir una linea celular para la casa que un teléfono de línea.
"¿dónde está el teléfono?" era una de las más clásicas preguntas. Nadie recordaba nunca donde lo había dejado al terminar de hablar. Hasta ocurría el terrible desastre de llevarse el teléfono celular de la casa al trabajo o al colegio por error. Atendiendo desde el microcentro a las amigas de mamá por tener esa manía fea de meter todo lo que anda alrededor en la cartera.
Llegó el día del partido del mundial y cada uno hacía sus planes. Desde 1990 que veían todos los partidos en familia, y los resultados no acompañaban, así que este mundial habían decidido darle una mano a la selección y cambiar de táctica: cada uno lo vería por su cuenta, en otro lado, otra casa, y si era posible, en otro barrio.
Jackie hablaba con Marina para ultimar horarios y responsabilidades de comida y alcohol para la cita. Los chicos se iban con sus amigos y hasta la madre se iba con las amigas de Teatro a verlo a la casa de Margarita. Marina se estaba poniendo pesada con los requisitos y Jackie se cansaba. Javo le pedía el teléfono. Tony también. Los gritos hacían imposible la conversación y retrasaban aún más su finalización. Por qué mierda no usas tu teléfono, estúpido? Vos me vas a pagar la cuenta, pelotuda? Y lo demás es imaginable. Marina se rindió ante el hecho de tener que comprar ella la bebida si quería que estuviese fría para el partido, ya que lo verían en su casa. La cosa apuntaba la final. Tony y Javo golpeando al ritmo de un tema de Zeppelin la puerta de Jackie. Jackie a medio vestir, los quería matar. Los dos hermanos cambiaron de canción y le improvisaron un "Jackie, decime que se siente, tener todo el día el celular..." con la canción de la cancha del mundial. Bueno, llevo papas fritas también, ok? contenta? Sí. Y cortó. Se dirigió, así como estaba, en corpiño y bonbacha hacia la puerta con la sensación de dejar una estela de fuego detrás. La empujaba el demonio. Abrió la puerta de su cuarto congelando los puñetazos de sus hermanos en el aire y les gritó: tomen el celular, pelotudos de mierda! y lo tiró por el pasillo, llegando a ver como hacía burbuja de aire en la cortina del baño, como si fuese una pelota pateada por Messi que inflaba la red del arco rival.


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