martes, 5 de septiembre de 2006

Pinolux de Luxe

La gente se ha vuelto muy exquisita con el tema de la limpieza y la esterilidad de las cosas. Recuerdo cuando Raúl Portal y Eduardo Becerra hicieron una nota en un supermercado comiendo dentro del local todos los productos que venían en envoltorios precarios, que se podían abrir, consumir y volver a cerrar sin borronear, y luego ser vendidos a un inocente que se llevaba un tarro de mermelada con un "dedazo" ajeno adentro.
Con el tiempo vino todo muy envasado al vacío, con precintos de seguridad, fecha de vencimiento, cinturón de castidad, etc etc etc...
Pero en casa, todos nos sacamos los mocos con la tijera. ¡Vamos!

A mí me gusta combatir la hipocresía que solemos tener del otro lado de la moneda que llevamos por cara cuando salimos a regodearnos por el mundo exterior como campeones del progresismo. Es por eso que -les advierto a los que leen- voy a tirarles lanzas mortíferas de vez en cuando, que pueden llegar a derribar más de un axioma, o generar nuevas paranoias, en caso de ser ustedes los paladines de la limpieza (y dije paladines y no paladini, porque si empezamos hablando del fiambre, empezamos mal).

El vericueto legal que encontré este día para compartir malamente y en conjunto con ustedes es el de las tazas y vasos lavados.

Una vez que los enjuagamos, tenemos dos opciones, igual de aterrorizadoras: ponerlas boca abajo (la más común) para que se termine de escurrir el agua, pero que se ensucie todo el canto del vaso con la mugre de la mesada, justito ahí donde vamos a poner nuestros esterilizados labiecitos; o tenemos la opción de ponerlos (¡urgente!) boca arriba, con la peor solución que implica ser receptáculo de todo el polvillo danzante en el medio ambiente, que viene a posarse sobre el agüita restante en el fondo del vaso, formando un invisible y peligroso pastiche que será parte de nuestro próximo café con leche.

Ahora que los dejé preocupados, quiero dejarles una luz de buena esperanza: en los próximos días voy a decirles por qué no está tan mal morirse joven.
¡Feliz Primavera!

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