sábado, 12 de abril de 2008

En El Origen

Una vez en un Café-Bar (no podría decirles a ciencia cierta si en esa época se lo llamaba café o cafetín o bistró) allá por el año 1966, en el aguerrido barrio de Almagro, se armó un show (¿recital? ¿festival? ¿cantata?) en el que la estrella principal -además de otros menos conocidos- era el Polaco Goyeneche.
Las cosas en ese entonces no tenían la difusión de hoy. No existía la FM, no había Internet (¡es cierto chicos! ¡pregunten a sus papis!) y no solamente llegaban a esos recitales pocos en número sino que las producciones eran minimalistas. Imaginen si el polaco viviera hoy, de qué tamaño tendría que ser el estadio de River para albergar a los que estuviesen dispuestos a comprar una entrada.
Pero yendo al grano, aquella noche pasó algo inusual. El rock en el mundo había florecido. Y por las mismas razones arriba enunciadas, no todo el mundo era fanático de esa música de locos; todavía. Pero en medio del espectáculo magistral que el Polaco Goyeneche brindaba a las decenas de personas que se agolpaban en el local de la calle Guardia Vieja, un jovencito, que nadie sabía si había venido con su padre, o si trabajaba allí como lavaplatos o si había sido enviado por el mismísimo demonio, elevó su voz en medio del silencio entre dos tangazos de ley y gritó: "¡Cantá una de Elvis Presley!".
La gente, lejos de saber a qué se refería, solamente atinó a shushearlo al unísono: SHHHHHH.
Ese jovencito se dio por vencido y se retiró al verse superado en número. Pero hizo su camino. A su manera. Y cada tanto tocó frente al público que se supo conseguir, covers del Rey del Rock.
Ese jovencito era ni más ni menos que Charly García.

2 comentarios:

tornes dijo...

Cómo sería hoy el tango si el Polaco le hubiera hecho caso?

tornes dijo...

Sería algo así: "Che papusa oí, los acordes melodiosos que modula mi fender stratocaster..."