miércoles, 25 de marzo de 2009

Leyes de Entrecasa

Cuando uno está antojado de algo dulce, cortito y fugaz, va a la heladera munido de una cucharita.
El pote de dulce de leche está ahí, ofreciéndose cual mujer fácil en Plaza Once.
Ahí vamos, zambullimos la cucharita, tapamos el pote y dejamos la puerta de la heladera ir cerrándose sola mientras lamemos el preciado mejunje y vamos camino a la pileta de la cocina.
Sacamos la cucharita de la boca y mientras todavía nos relamemos, la arrojamos en la pileta sobre el plato grasiento de los fideos con tuco de hace una hora.
Chaf! cae la cucharita impregnándose de un tuco sucio, de restos de mandarina y ensalada.
Damos media vuelta creyendo estar satisfechos y nos intentamos dirigir a nuestros menesteres, cuando, de repente, al pasar de nuevo por la puerta de la heladera, nos ataca una nostalgia abrasadora por el dulce momento que hace solo cincuenta segundos vivimos en ese mismo lugar.
No podemos controlarlo y tenemos que ir en busca de una nueva cucharita para repetir la operación.
Esta vez, ya desconociendo los límites de nuestra gula, no tiramos la cucharita en la mugre de la pileta, si no que la apoyamos sobre el mármol, temiendo ser víctimas una vez más de nuestra propia debilidad.
Pero esta vez ya va a ser tarde. La conciencia y la moderación ya hicieron lo suyo, y no volveremos sobre nuestros pasos.

4 comentarios:

Fodor Lobson dijo...

empiezo a sospechar que usted tiene una cámara espía instalada en mi cocina y utiliza el material de mi vida diaria para escribir sus posts.

Anónimo dijo...

le adelanté que pronto algunos detalles se iban a saber sobre la vida de Ramiro

tornes dijo...

La solución para no dejar vestigios cuchariles es utilizar la típica galletita de agua, a modo de espátula.

marxxiana dijo...

che, soy yo o este post me da un cierto déjà vu?


naaaah, debe ser el azúcar en sangre después de una cucharada de dulce de leche (yo ya se de antemano que la cucharita no me va a alcanzar)