miércoles, 25 de junio de 2014

TEC - 2

Hacía un calor de morirse. Quién lo hacía, pensó Karina mientras se secaba la transpiración de la frente con el reverso de la mano. Acababa de salir del trabajo, un microclima cuidado por un feroz aire acondicionado, y en solo dos minutos al sol de las cinco de la tarde, ya transpiraba como si estuviese en el trópico. Tan lejos del trópico no debía estar, pensó. Trató de imaginar el mapamundi y calcular si Israel quedaba más cerca del ecuador que Buenos Aires, sus dos lugares de residencia permanente. Acordó consigo misma que Israel quedaba más cerca. Una amiga le había dicho que con la edad uno se vuelve menos tolerante al calor y que en Buenos Aires, en el verano, era mucho peor sobrevivir que en Israel, pero que uno lo siente diferente.
Karina dobló por una calle falsa que se forma entre los edificios que descansan sobre la calle Bugrashov y empezó a caminar por fin en la sombra. Ese pasaje no oficial (en rigor de la verdad, era el patio lateral de uno de los edificios) le permitía no solo refugiarse del sol sino que le ahorraba dos cuadras de caminata hasta el departamento de su hermana, al que iba a merendar esa tarde. Frunció la nariz al pasar al lado del cuartucho en el que guardan la basura del edificio y de pronto vio una pareja haciendo de las suyas entre uno de los pilotes que sostienen el edificio y un auto verde estacionado en el descampado trasero. Se sintió incómoda pero a la vez pícara. Era como ver un video de youtube pero en la vida real. Le dio ganas de hacer así con los dedos para hacer zoom, pero le falló la pantalla. Era carne y hueso; una pareja, a la luz del día, y con ese calor, en vez de ir a guardarse en un aire acondicionado, no estaban poniendo freno a su pasión y se disponían a consumar expuestos a los ojos de quien pasase por ahí. Karina miró a ambos costados. Nadie. Claro... no muchos conocían ese atajo. Al volver la vista a la pareja ardiente percibió algo raro. No era lo que parecía. La mujer se estaba resistiendo. Le estaba tirando del pelo al hombre. También miró, buscando algún detalle más, que las ropas de ambos no concordaban. No podía ser que hubiesen salido juntos a pasear vestidos de manera tan desigual. Ella lucía una pollerita elegante, suelta y bastante corta, que en ese momento se arremangaba sobre sus piernas, sostenida por las piernas pujantes del tipo, que llevaba una remera lisa, arrugada y con dos agujeros por lo menos. Karina escuchó insultos, vio empujones y confirmó la sospecha: estaba por presenciar una violación. Presenciar? No! debía impedirlo. Temió que el tipo estuviese armado. No sabía que hacer pero no iba a dejar que el pánico la paralizase. A pesar de estar en la sombra su frente se había llenado de sudor una vez más. Se secó la transpiración de nuevo y se dio cuenta de que tenía el celular en la mano. ¡llamar a la policía! ¡Eso debía hacer! Y cuando se disponía a marcar, vio que la tanguita de la pobre chica ya era historia y el tipo estaba por concretar su horrible plan. No había tiempo para esperar a la policía. Por más que lo atrapasen después, la violación ya sería un hecho y a la mujer el trauma no se lo quitarán los 14 años de cárcel. Miró su celular y antes de apretar discar 911 no lo pensó dos veces y con todas sus fuerzas apuntó y acertó, tirándole el celular por la cabeza al grito de ¡hijo de puta!

1 comentario:

tornes dijo...

Excelente. Pero el final condicionado me deja con ganas de más... Un relatus interruptus.